NO voy, a estas alturas, a comentar ni descubrir nada nuevo sobre el nuevo mundo de la COVID-19, aunque, por otra parte queden todavía cosas importantes por conocer. Me limitaré a expresar una opinión, a vista de pájaro, alejándome de los árboles para ver mejor el bosque, en relación a sus consecuencias, sobre todo indirectas, que afectan a aquellas personas que sin llegar a tener un contacto directo con el virus han sufrido de cerca sus consecuencias y que se producen durante la pandemia pero también permanecerán sin duda una vez se de por concluída la misma.
La excelente película de Spielberg “Encuentros en la tercera Fase”, (por cierto una mala traducción del título original, “Close Encounters Of The Third Kind”, que en realidad se traduciría por “Encuentros cercanos del Tercer Tipo”), de la que se ha cumplido el pasado mes de noviembre 43 años, ha aparecido en diferentes momentos a lo largo de esta pandemia, ligada sobre todo a las fases de la desescalada y haciendo referencia al encuentro con los familiares después del confinamiento (en la tercera fase), encuentros que se produjeron profusamente durante el verano y que, esperemos, no se produzcan tanto en Navidades.
La película nos muestra el
fuerte impacto psicológico, emocional, que afecta a los protagonistas, que
exhiben extraños comportamientos, que parecen alejados de la realidad (como
cuando Roy Neary, Richard Dreyfuss, pretende reconstruir con tierra la torre del
diablo en una habitación de su casa). Sin duda, esta excelente descripción de cómo un
acontecimiento excepcional puede llegar a afectar a una persona, cómo un
un hombre común se ve superado por circunstancias extraordinarias, es una
de las bazas más destacadas de la película. Se trata de un “encuentro cercano
de tercer tipo” porque, además del avistamiento de objetos aparecen también
seres animados o “entidades biológicas”. Los contactos más directos, de acuerdo
a la clasificación existente, serían de
cuarto, quinto y hasta noveno tipo. En la película, pero también en la tremenda realidad que nos
está tocando vivir, el componente esencial es lo excepcional pero también lo
desconocido e inesperado.
El paralelismo con la película no va mucho más allá pero si nos quedémonos con esa reacción desmedida frente a fenómenos inesperados, excepcionales, y en este caso, trágicos, como es la muerte de un familiar o un amigo. Se trata de personas susceptibles, con factores de riesgo, pero en estos casos la depresión, o incluso, en último término, el suicidio, son las trágicas consecuencias. Pensemos también en las personas que están sufriendo las consecuencias económicas del confinamiento, o las que han caído en una situación de aislamiento de la que no pueden salir. Nos encontramos frente a una nueva epidemia, una epidemia paralela, que está afectando a una gran cantidad de personas. Una epidemia (en el concepto de la afectación poblacional no en el de contagio) que ya había sido prevista por la OMS antes de la COVID y que se ha confirmado y agravado con la pandemia.
Algunos datos premonitorios se pueden apreciar ya, como la noticia que hace solo unos días aparecía en algunos medios de comunicación: "La tasa de suicidios en Japón alcanza su máximo y supera las muertes por Covid en octubre". “En Japón, los datos ofrecidos por el gobierno informan que en octubre más personas fallecieron a causa de un suicidio que por Covid-19, llegando a ser 2.153 personas frente a 2.087 a causa del virus”. (registro suicidios en Japón/).
Esta noticia es llamativa precisamente porque
en Japón se había controlado relativamente bien, en comparación con otros
países, tanto la incidencia como la mortalidad (al menos en la primeras fases
de la pandemia). Si un país en el que la
mortalidad por COVID ha estado relativamente controlada, se han disparado los
casos de suicidio (hay que decir que Japón es uno de los países que comunican
de forma inmediata el registro de casos de suicidio) es de suponer que se haya
producido ya un incremento de casos de suicidio en otros países y que la curva
se incremente todavía más en los próximos meses (los expertos hablan de un
incremento del 20%). Pero se trata de momento de una ¨¨pandemia¨¨ invisible, a
diferencia de la pandemia del COVID, que sólo mostrará su verdadera cara al
cabo de unos años, y que no evoluciona por oleadas sino que muestra una curva
ascendente y mantenida, que permanecerá a lo largo del tiempo, incluso más allá
de la COVID.
La buena noticia es que, a diferencia del
coronavirus, se sabe como identificar, prevenir, ayudar y socorrer a estas
personas: sabemos cuales son los factores agravantes y la importancia de
facilitar un acceso directo al tratamiento por los servicios de salud y en
especial por los servicios de salud mental. También sabemos que, en estos
casos, es necesario personalizar las ayudas, puesto que las medidas no son
homogéneas sino que
van a depender de cada colectivo vulnerable y en último término de cada
persona.
La “pandemia” de depresión, junto a las personas que se están quedando por el camino (pacientes oncológicos a los que se aplazan tratamientos, personas que no acuden a las citas de prevención o diagnósticos que se retrasan más de lo razonable, personas aisladas, en los domicilios o en las residencia,…etc) constituyen en realidad el iceberg de la pandemia (cuya punta son los casos que conocemos diariamente). Un colosal desafío para la sociedad en la etapa postcovid.
La tercera ola, que está seguramente despuntando ya pero que podría aumentar en los próximos días, afectará también y de una manera especial a una población exhausta, vulnerable, con síntomas de stress y depresión, que no acudirá probablemente a las consultas ni contabilizará en los datos de la pandemia.